domingo, 5 de abril de 2015

6 de Abril

Feliz Pascua familia!

¿Cómo ha ido la Semana Santa? Espero que la mayoría seáis afortunados y podáis disfrutar todavía de unos días de vacaciones más, pero si tocan días de estudio intensivo probemos a cogerlos con ganas y energía renovada después de estos días. Vamos a por este nuevo lunes!

La vi pasar...

Aquel tedioso abril, volvió a mi vida. Había olvidado prácticamente todo cuanto sabía de ella, por eso fue mayor el vuelco que dio mi corazón al encontrarla en una pequeña noticia de aquel marchito periódico. Aparecía sencilla, sin ostentosos titulares ni vistosas fotos que llamasen mi incauta atención, pero, apenas comencé a leer entre líneas sobre sus andanzas en medio de la guerra, la oficina se llenó de jefes acuciantes y miles de informes por redactar que impidieron mi lectura.



Olvidé volver a ello cuando tuviera tiempo, porque despaché malhumorado al poco tiempo que tenía en cuanto vi que éste no traía nada más que nuevos trabajos y minutos apremiantes en mi contra.
Apesadumbrado ante la imposibilidad del cumplimiento de tanto deber, decidí plantearme una rendición al sueño tras regalarme un rato de música y paseo, porque la calle quedaba iluminada todavía por algunos rayos de luz.

Los niños jugaban en el parque, todos menos uno, que parecía haber perdido sus cromos y miraba con caras largas el juego de los demás. Justo cuando sus ojos brillaban preludiando alguna lágrima, se acercó otro niño y para mi sorpresa le ofreció la mitad de su preciada colección. Tan ensimismado estaba contemplando la escena, que estuve a punto de chocar con ella, la de las inadvertidas noticias, que se alejó con un ritmo tan apresurado, que apenas pude disculparme. Pero estoy seguro, era ella.


Ya sólo unos metros me separaban de mi anhelada cama, cuando encontré a una joven con un bloc, dibujando a carboncillo en mi escalera. Creo que ver a tanto niño hizo regresar a mi aletargada curiosidad, porque su mirada me sorprendió tratando de averiguar qué estaba dibujando.
Trató de ponerse seria y decirme que sólo mostraba sus obras una vez terminadas, pero ante mi bochornoso rubor, cazado en tal indiscreción, no pudo más que reír.
Definitivamente mis planes de descanso se fueron al garete, porque las frases con ella, tras superar mi sonrojo, fluían, volviéndonos casi locuaces y la noche nos encontró hablando en mi rellano.



Recuerdo que en un momento dado me sobresaltó el creer haber visto otra vez a aquella con la que tropecé en el parque, bajo un destello de luz de farola, pero, por la hora que era, lo atribuí a mi imaginación y pronto me despedí de la chica esperando encontrarla más días por allí.
Semanas más tarde estaba nuevamente suspirando en el aburrido despacho cuando un estridente teléfono rompió el silencio amotinado en la estancia. Me costó un poco reconocer a la jovial pintora al otro lado de la línea, y tan pronto como lo hice, aumentó mi frecuencia cardíaca.



Miraba a través de mi ventana a la primavera instaurándose en todo su esplendor mientras charlábamos, cuando de pronto, algo en la calle me distrajo por completo. Era otra vez ella, aquella a la que no dejaba de imaginar que me cruzaba por las esquinas, la que hacía fugaces apariciones en mi vida sin apenas mostrar su rostro. Pero ahora era plenamente visible y me saludaba alegre, al parecer, reconociendo de nuevo en mí al niño feliz que hace tiempo la abrazaba. "¿Qué te parece?" La dulce voz del otro lado del teléfono me devolvió a mi ser, tan abstraído que no había escuchado qué decía. "Perdona, se ha cortado, ¿qué me preguntabas?". Ella repitió su propuesta de vernos, porque quería enseñarme su cuadro recién terminado, y mirando con desprecio al montón de folios que se apoderaban de mi mesa, me negué a que me retuvieran por más tiempo y le pregunté a qué hora le iba mejor.



La tarde me despeinaba con una suave brisa mientras paseábamos hasta su estudio, que no tardó en aparecer por la velocidad a la que los segundos se fugaban en su compañía. Cuando finalmente llegó el momento en el que me mostró su obra, me quedé perplejo. Pareció divertida ante mi asombro, porque había dibujado con bastante acierto a aquella a quién yo saludaba esa mañana por la ventana mientras hablaba con ella por teléfono.
"¿Tú también la conoces?" Le pregunté sin que mis ojos dieran crédito ante su cuadro. "Por supuesto. La vi reflejada en tu escalera el día en que nos conocimos, y me ha perseguido desde entonces. No lo sé, pero algo me dice que tú también puedes verla allá por dónde vas". Fue entonces cuando lo comprendí, y me decidí a abrazarla, por cerciorar que ella no fuese tan intangible como la bella ilusión retratada en su cuadro. Así, una vez comprobado que podía estrecharla en mis brazos, señalando a aquella figura del lienzo que presidía la sala, le pregunté: "¿Recuerdas cómo se llama?" Y mostrándome de nuevo el cuadro, pero esta vez en el marco de sus ojos, respondió: "Ya la conoces, se llama Esperanza".



Porque como dice el amigo Nach en la canción que inspiró esto:

"A veces la ciudad se ensucia y no vemos con claridad,
pero si miramos fijamente ahí está.
Es difícil, porque el caos deslumbra y la pupila se hace rígida,
y más que en conectar perdemos tiempo en vigilar, la vida es líquida.
Escapa de nuestras manos,
entre muecas fingidas y esfuerzos que son en vano.
Pero he visto a la esperanza descansar en frases calmadas y justas,
en sonrisas etruscas,
en ojos despeñados pero que aún buscan y no se asustan.
En pasos pacientes, en chistes, en charlas,
en gestos que no palpan la felicidad pero, saben imaginarla."









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