Ya estamos a 20 de abril y esto empieza a dar vértigo! Hoy creo que no voy a desear un feliz lunes, sino simplemente mucho ánimo con la semana, porque viendo el desolador panorama que empeora cada día en el Mediterráneo, me da que nadie puede estar realmente feliz, al menos si sigue el noticiario internacional...
Así que hoy me decantaré por homenajear mínimamente a una de esas personas a quien admiré por ser voz, por su inconformismo y por su sutil forma de dejarnos grandes reflexiones, así que os dejo un pequeño cuento que se me ocurrió pensando en el bueno de Galeano, que nos dejó la semana pasada.
Conocí hace ya
mucho tiempo a un diminuto pajarillo. Algunos lo llamaban ruiseñor, no porque
tuviera majestuosos ademanes, sino por su bello canto, que ensalzaba a todo
aquel que lo escuchaba. Otros se referían a él como el cuervo, y no porque
merodease por escenarios lúgubres, sino porque quienes lo hicieron cautivo le
ofrecieron libros de poemas para que rasgara el papel e hiciese su nido con
ellos, pero él, en cambio, optó por leerlos y terminar recitando a Allan Poe.
Yo, sin
embargo, pronto tuve la certeza de que lo que tenían en aquella pajarería era
un ave fénix. Pronto comenzó a crecer y crecer, y se convirtió en objeto de
burlas y comentarios de quienes se acercaban allí, porque su desgarbada figura
de alas cada vez mayores no cabía apenas en la jaula.
Comenzó a hacer excentricidades, y cuando en la pajarería lo sacaban para limpiar su celda, dejándolo apresado con un cordel alrededor de una pata, se empeñaba en mudarse a otras jaulas cada vez más pequeñas, de las que se hacía imposible sacarlo y que acentuaban su aspecto de ridículo montón de plumas aplastado contra los barrotes. La gente a estas alturas lo tachó de loro idiota, pero yo, que lo había observado durante mucho tiempo, sabía que tramaba algo.
Comenzó a hacer excentricidades, y cuando en la pajarería lo sacaban para limpiar su celda, dejándolo apresado con un cordel alrededor de una pata, se empeñaba en mudarse a otras jaulas cada vez más pequeñas, de las que se hacía imposible sacarlo y que acentuaban su aspecto de ridículo montón de plumas aplastado contra los barrotes. La gente a estas alturas lo tachó de loro idiota, pero yo, que lo había observado durante mucho tiempo, sabía que tramaba algo.
Llegó el
día en que el oprimido pajarillo ya no tenía ni un resquicio de espacio en su
jaula, con lo que sus alas sobresalieron por completo por las estrechas rejas y
logró que su elocuente pico brotara hacia el exterior, permitiendo escuchar a
todos los que rondábamos por allí el canto que anunciaría su hazaña.
Resultó que el pájaro, con jaula y todo, echó a volar. Se había ido metiendo en jaulas cada vez más pequeñas causando que muchos se rieran dudando de su cordura, hasta que comprendieron que sólo buscaba una jaula menos pesada con la que pudiera alzar el vuelo.
Y mientras en la pajarería se montó un inesperado alboroto ante el escapista, el ave miraba feliz al cielo mientras avanzaba hacia el horizonte que se abría ante él.
Resultó que el pájaro, con jaula y todo, echó a volar. Se había ido metiendo en jaulas cada vez más pequeñas causando que muchos se rieran dudando de su cordura, hasta que comprendieron que sólo buscaba una jaula menos pesada con la que pudiera alzar el vuelo.
Y mientras en la pajarería se montó un inesperado alboroto ante el escapista, el ave miraba feliz al cielo mientras avanzaba hacia el horizonte que se abría ante él.
No obstante, al ver las caras de todos los
humanos que observaban desde el suelo la inhóspita escena, le pareció que todas
aquellas figuras eran en el fondo muy parecidas a él, y sintió mucha lástima al
ver que sus jaulas eran todavía demasiado pesadas como para echarse a volar y
seguirlo. Ellos andaban por allí sin mejor quehacer que criticar a un
pajarillo, andaban siempre como locos, muriendo la vida.
Por ello, se detuvo un momento y con su pico
rebuscó dentro del apretado espacio que ahora acarreaba como parte de su ser,
hasta que encontró lo que quería. Cogió con el pico los jirones de poemas que
aún constituían su pequeño lecho, echó a volar bien alto y desde allí decidió
esparcir por el mundo aquello que a él lo hizo crecer, le dio alas, y lo hizo
resurgir. Y así sembró por el mundo palabras de libertad, esperando que de las
cenizas de aquel ave fénix pudieran
surgir entonces y para siempre, muchos fueguitos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario